La noticia es oficial. Nos vamos de Vermont.
Anoche les dijimos a los chicos. Sencillo, como son ellos. Papá consiguió un trabajo nuevo cerca de la casa de los abuelos en Philadelphia, y nos mudamos para alla pronto. Papá va a ir primero, después de viajar a Argentina, nosotros vamos después. Hubo algunas preguntas y comentarios, pero la noticia fue recibida con naturalidad y practicidad, tal cual como son los niños. Sin dramas ni complicaciones.
Quién pudiera ser niño toda la vida, no? O al menos conservar esa capacidad de no enroscarse, de disfrutar cada día como viene y por lo que vale, sin preocupaciones por el futuro ni nostalgias por el pasado. Obviamente, yo no. Pero estoy aprendiendo mucho de mis hijos. Dejo que ellos me guíen. Estos últimos meses fueron de mucha intensidad emocional (y laboral, un poco a mi pesar) y mirarlos a ellos jugar me salvó. Verlos apreciar cada instante genuinamente fue como prender una linterna en el medio de una calle oscura. En la boca del lobo. Gracias a ellos, tengo el horizonte claro. Mejor dicho, un poco más claro. Mi horizonte nunca está del todo claro.
No quiero dejar Vermont, no quiero alejarme de esta comunidad en la que invertí mi tiempo y mi corazón, en la que sembré paciencia y esperanza y coseché tantos amigos y colegas y experiencias únicas. No quiero irme de este lugar cuya filosofía adopté como propia, donde crecí como mujer y madre, donde sentí haber encontrado mi lugar en el mundo lejos de casa.
Pero aunque no es mi deseo, ni el resultado de mi búsqueda, si me voy con alegría y si siento que en parte, es mi decisión.
Es mi decisión porque yo tengo el poder de elegir seguir a mi compañero de vida. Es mi decisión porque sobre todas las otras cosas está hacer feliz al hombre que amo y está la felicidad misma de mi familia. Todos tenemos responsabilidad en cada cosa que nos pasa. Y nunca podría estar triste si todos ellos están bien. Mis amigos, mi carrera, mi comunidad, todo pierde significado si ellos no están felices. Es más, he masticado y rumiado este tema hasta el cansancio y ahora estoy contenta. Frente a tanta desgracia y maldad dispersa por el mundo es impensable no estar agradecida por una oportunidad de crecimiento.
Asique mis queridos lectores -- si es que hay alguien ahi todavía siguiendo este blog-- una nueva etapa se abre en mi vida. Y cual hojarasca seca que vuela sin rumbo con el viento otoñal, me dejo llevar con la certeza de que donde caiga me desintegraré solo para reintegrarme. Volveré a mezclarme en la tierra de un barrio nuevo, alimentaré las raíces de algún otro árbol en el invierno, renaceré verde en la próxima primavera y daré sombra en los veranos que vendrán.
Espero que me acompañes y vueles conmigo. Los amigos verdaderos nunca se pierden. Trillado, si, pero hay verdad en los lugares comunes.
Williston en el otoño, dificil de olvidar
El árbol frente a la puerta de mi casa, transformando sus hojas en este otoño.