lunes, 15 de junio de 2009

Sacando los trapitos al sol

En el primer mundo vamos para atrás. Gracias a Dios, porque sino pronto nos vamos a quedar sin mundo. Ni primero, ni segundo, ni tercero.

Las secadoras de ropa, tan lindas como son, en verano se apagan! O al menos, algunos tratamos de apagarlas para ahorrar energía y reducir la contaminación ambiental. Entonces, qué hacemos con nuestra ropita recien lavada? La colgamos al sol, como en los viejos tiempos.

Justamente, la legislatura de Vermont acaba de aprobar una ley que restringe la autoridad de las asociaciones de barrios privados de prohibir a los propietarios colgar la ropa al sol. En otras palabras: todo propietario tiene derecho a sacar los trapos al sol si se le antoja, por más que sus barrios privados digan lo contrario.

Me imagino lo que muchos estaran pensando. Que horror, colgar la ropa afuera, que verguenza! Pero para mi no deja de haber un misticismo asociado a todo lo que se hizo en el mundo por siglos.
Me acuerdo que mi abuela colgaba la ropa en la terraza de su edificio en la calle Venezuela, en el barrio de Monserrat, en pleno corazón de la ciudad de Buenos Aires. Como me encantaba subir a la terraza con ella! Era una aventura. Tomar el ascensor con el canasto de la ropa mojada, la bolsa de los broches y la tabla de madera para refregar algun cuello de camisa manchado en los piletones de cemento alisado. Mi función? Alcanzarle los broches mientras ella colgaba prolijamente las toallas, repasadores, camisas y vestidos. A veces nos encontrabamos con alguna vecina o con el portero del edificio, también avocados a la lavandería, y mi abuela siempre me presentaba con honores: "Esta es mi nietita Mariana y me está ayudando con la ropa. Es la única nieta que tengo porque el resto son varones."

Y asi, mientras las telas bailaban con el viento, y el olor del jabón y la humedad llenaban el aire, yo era feliz. Las horas de mi infancia se bañaban al sol, lentamente, al igual que la ropa limpia.

domingo, 14 de junio de 2009

Algunas cosas no cambian (desde el 1700)

DÉJAME DORMIR, MAMÁ

Hijo mío, por favor,
de tu blando lecho salta.
Déjame dormir, mamá,
que no hace ninguna falta.


Hijo mío, por favor,
levántate y desayuna.
Déjame dormir, mamá,
que no hace falta ninguna.


Hijo mío, por favor,
que traigo el café con leche.
Mamá, deja que en las sábanas
un rato más aproveche.


Hijo mío, por favor,
que España entera se afana.
¡Que no! ¡Que no me levanto
porque no me da la gana!


Hijo mío, por favor,
que el sol está ya en lo alto.
Déjame dormir, mamá,
no pasa nada si falto.


Hijo mío, por favor,
que es la hora del almuerzo.
Déjame, que levantarme
me supone mucho esfuerzo.


Hijo mío, por favor,
van a llamarte haragán.
Déjame, mamá, que nunca
me ha importado el qué dirán.


Hijo mío, por favor,
¿y si tu jefe se enfada?
Que no, mamá, déjame,
que no me va pasar nada.


Hijo mío, por favor,
que ya has dormido en exceso.
Déjame, mamá, que soy
diputado del Congreso
y si falto a las sesiones
ni se advierte ni se nota.
Solamente necesito
acudir cuando se vota,
que los diputados somos
ovejitas de un rebaño
para votar lo que digan
y dormir en el escaño.
En serio, mamita mía,
yo no sé por qué te inquietas
si por ser culiparlante
cobro mi sueldo y mis dietas.
Lo único que preciso,
de verdad, mamá, no insistas,
es conseguir otra vez
que me pongan en las listas.
Hacer la pelota al líder,
ser sumiso, ser amable
Y aplaudirle, por supuesto,
cuando en la tribuna hable.
Y es que ser parlamentario
fatiga mucho y amuerma.
Por eso estoy tan molido.
¡Déjame, mamá, que duerma!


Bueno, te dejo, hijo mío.
Perdóname, lo lamento.
¡Yo no sabía el estrés
que produce el Parlamento!

Jos Miguel Serra Ferrer
(1713 - 1784)
Religioso franciscano español, conocido como Fray Junípero