Queridos hijos,
Ayer nos dejó el abuelo Fernando, mi papá. Tenía 66 años y estaba enfermo de cáncer. Paradójicamente, ayer fue también mi cumpleaños. Cumplí 36.
Papá tuvo cáncer de cólon, se lo diagnosticaron hace menos de un año y lo operaron en Diciembre para sacarle el tumor, pero encontraron otros órganos comprometidos y dijeron que no le quedaba mucho tiempo de vida.
Fuimos en Diciembre los tres a visitarlo a Argentina. Estuvimos allá desde mediados de Diciembre hasta mediados de Enero. Lo visitamos mucho. Nico, vos especialmente me acompañaste varias veces a su casa en Merlo, como a una hora y cuarto en auto desde Manzanares, donde vive la abuela.
Pero mi viejo sufrió mucho más que esta enfermedad perra a lo largo de su vida. El abuelo sufría de un desequilibrio químico en el cerebro, le faltaba litio, y eso le provocaba depresiones y euforias pronunciadas que se producían en ciclos frecuentes y recurrentes. Su enfermedad se conoce con el nombre de trastorno bipolar o depresión maníaca.
Este fue el gran problema de su vida y por un tiempo lo fue de la mía vida también. De la mía, la de mi madre, mis hermanos, mi tía, mi abuela y todas las personas que se relacionaron de cerca y lo amaron. Por su enfermedad, el abuelo no pudo mantener muchas relaciones estables a lo largo de su vida e hizo cosas que tal vez no hubiera hecho de haber tenido salud mental. Nunca logró tener una vida tranquila, o tal vez si al final, pero en su juventud siempre estuvo exaltado y perdido entre los vaivenes de la euforia y la depresión. Y ni él ni ninguno de los que lo conocimos y lo tuvimos cerca supimos de su enfermedad por muchos, muchos años. Yo me enteré a los 17 años, si mal no recuerdo, y definitivamente no estaba preparada para hacer mucho al respecto. Estaba más bien abocada a definirme, formarme y encontrarme a mi misma en un mundo que no me había ofrecido un papá para crecer a su lado y yo nunca había sabido bien porque.
Cuando mis hermanos y yo fuimos grandes para entender, ya era un poco tarde para generar ese vínculo que otros padres e hijos generan en la temprana infancia. Por supuesto que para cada uno esta historia fue y es distinta, ya que cada uno lo vio desde su propio universo. Y mis experiencias no definen necesariamente la de vuestros tíos. Personalemente, cuando yo empecé a descubrir verdades, al principio no me importó mucho. "Qué culpa tenía yo de su enfermedad?", pensé. Luego me importó lo suficiente para ayudarlo y hacerme cargo de lo que podía. "Después de todo es mi viejo", pensé. Con los años y la madurez, lo fui comprendiendo cada vez más y juzgándolo cada vez menos. El tiempo me hizo entender que todos tenemos nuestras limitaciones y que cada uno vive la vida de la mejor manera posible con ellas. Hacia el final, cuando ya su muerte estaba anunciada, fue cuando me pude acercar más a él y cuando sentí por primera vez en mi vida que yo también tenía un papá como cualquier otra persona. "Te quiero mucho papi," pude decir.
Ojalá Nico guardes para siempre el recuerdo de él, ya que vos fuiste su primer y único nieto varón. El abuelo te miraba con una cara muy tierna, tratando de extender su silenciosa sabiduría y apoyarla en tus hombros para que cargues el legado de su apellido con el honor de un titán, del titán que él trató de ser- y fue. Cuando sus operaciones y sus últimos meses, nunca le escuché una queja de dolor y hasta el último día que pudo hablar preguntó por vos y por Lucía para asegurarse de que estuvieran bien. Nuestras conversaciones eran sobre uds. exclusivamente, como si fueran lo único que importaba en su vida. Se que le importaban sus otros hijos y nietas también, pero en nuestras conversaciones, nosotros éramos su mundo.
Y desde Diciembre que no mejoraba pero tampoco empeoraba, estaba como en una planicie, con algunas infecciones y malestares, pero ahi, como ilusionándonos con un milagro. Y de pronto, hace dos semanas se cayó de la cama durante la noche, dándose vuelta. Fue justo antes del partido de Argentina contra México, en octavos de final del mundial Sufádrica 2010. Y ahí fue en picada. No repuntó.
Dios le regaló un ángel en sus últimos años: Susana Pino. Ella lo acompañó, asistió, limpió, curó y amó como un verdadero ser alado. Me avisaron que entró en una etapa final el viernes, y por un momento pensé que podía pasar lo peor en el día de mi cumple. Y así fue. Pero en realidad, no fue lo peor.
Fue lo mejor, para celebrar mi cumple. Fue el irse a la paz, fue el dejar de sufrir, fue el rencontrarse con sus padres, fue el terminar una existencia tortuosa, todo en el mismo día en que hace 36 años yo llegaba a este mundo. Y el mismo día que su padre, mi abuelo, también cumplía años. Dudan que esto es un ciclo, un círculo, un ir y venir? No duden. Si algo aprendo de la muerte de mi viejo es que estos signos nos ayudan a entender el simple misterio de la vida: que nacemos y morimos de la misma manera, en un instante del infinito y fuimos y seremos parte de esa eternidad.
Hasta pronto abuelo, hasta pronto papá.